miércoles, 29 de diciembre de 2010

Cuento de hadas.

Y fue así como la hechicera lo comprendió y le dijo:

Te convertiré en rana príncipe, pero en rana venenosa, para que cuando encuentres a la mujer que amas y que te ama, para cuando sepas lo que puede significar el amar a un ser humano único, ella te bese y la pierdas al instante.


Eso era todo pensó la hechicerasufrirá lo mismo que en la vida real.

domingo, 26 de diciembre de 2010

De ese momento cuando el día está por morir.




















Pocas cosas me conmueven lo suficiente, me hacen vibrar rincones que no recuerdo que tengo y me trasladan a un estado en el que concluyo que la vida es mucho más de lo que aparenta.

Ese preciso instante, de efímera duración, en el que el día llega a su fin y el cielo, la tierra y todo lo que habita en ella, se baña de una tonalidad indescriptible. Ya me gustaría ser poeta...

Desde luego, este recordatario de nuestra pequeñez no ocurre todos los días.

viernes, 24 de diciembre de 2010

Hoy es viernes.

Hay festividades que una vez racionalizadas pierden todo significado y esencia. La navidad es uno de esos casos.

Lejos y muy atrás quedaron aquellos días de infancia en donde la llegada de diciembre representaba alegría, emoción. Era una época rotundamente diferente al resto del año, lo sentía con emociones infantiles genuinas. Algo parecido a un cosquilleo en el estómago se apoderaba de uno la mayor parte de los días. No era sólo la emoción de los regalos, el aroma a pino o ciprés tostado bajo el colorido de cientos de bombillitas, o la inocente ilusión de sentirse una familia a pesar de que los padres estuvieran divorciados y el hermano mayor nunca estuviera en casa. La esencia de navidad contenía todas estas cosas y una sensación generalizada de que todo era diferente, que la gente era más amable y más feliz.

Pero, lentamente y sin vacuna previa, avanzamos a la edad en que aprendemos a cuestionar las cosas, a buscarle su lógica interna y sus contradicciones. Y entonces sometimos el evento navideño a la crítica sistemática con el resultado consecuente: no le quedaron ni las estrellitas.

Desde aquel diciembre en que las consecuencias de la depresión económica familiar nos marginaron de todo consumo temático (árbol, pierna de cerdo, regalos, dulces...) se abrió ante mí el escenario de lo material: toda navidad (todo acto humano como aprendería mucho después) está relativizado por esta variable... muy mundana la ingrata, por cierto. Entonces comprendí que aquella celebración era relativa, era accesible para quienes pudieran pagarla; y la tele me daba la razón con sus películas estadounidenses de grandes familias, niños en apuros y santacloses risueños.

Y aunque para muchos la navidad no significaba sólo consumir, fue cuando con rigor adolescente encontré el tiro de gracia: la fiesta dicembrina era, en última instancia, una celebración religiosa. Detalle que la mayoría de cristianos parecen haber olvidado. Y entonces concluí lo procedente: yo no tengo nada que celebrar.

Muchos creen, falsamente, ver en mí (y en muchos y muchas como yo) un joven Scrooge; pero yo, a diferencia del ingenioso personaje de Dickens, no veo en la avaricia un antivalor deseable ni sufro al ver la gente compartir alegría y felicidad. Por mucho tiempo me enfurecí gratuitamente durante la mentada época. Luego, en tiempo más reciente, comprendí que molestarse por la navidad era un exceso que no conducía a nada.

Y entonces heme aquí. En mi calendario festivo personal diciembre no implica celebración alguna más que el cumpleaños de una amiga muy querida. Aprovecho los días para descansar, leer, beber café y esperar a que las cosas vuelvan a su normalidad, porque es igualmente absurdo pretender que nada ocurre.

Abur.

martes, 21 de diciembre de 2010

Ironía

Cuando el célebre matemático Donasio Simoes logró demostrar en su laboratorio que dos más dos no sumaban cuatro la inmensidad se le vino encima. Lamentablemente, nunca se divulgó el increíble hallazgo ya que Simoes no consiguió llamar al Comité a tiempo, pues había extraviado el número telefónico.

lunes, 20 de diciembre de 2010

El primero. El más difícil.

Adentrarse en este mundo, complejísimo, que miles de habitantes han tenido a bien denominar Blogósfera, me resulta en cierto sentido extraño, particular, pero rotundamente atractivo. No es momento de hacer acá un tratado sobre la cultura del mundo-blog (hermosa y moralmente encomiable por cierto) o las maravillas y desdichas de la tecnología moderna. Cabe más bien trazar las líneas generales de lo que será, por mucho tiempo espero, este cielo gris.

Empezar diciendo que si han llegado hasta acá es porque andamos por buen sendero. Ahora bien, continuar con un sencillo porqué. Si bien la idea de este sitio surge a causa de una negra nube que ha oscurecido mi horizonte interno, no busquen ustedes encontrar acá malas noticias, relatos de desamor o melancólicas nostalgias. Podría ser que las llegue a haber, pero pretendo de este espacio mucho más que eso. Todo lo que de buena gana salga de mi mente y que la vida vaya soltando por ahí es susceptible de aparecer por acá. El único objetivo: que disfrutemos juntos de todas la nubes que esperan, suspendidas en el cielo, que las pesquemos con una caña de imaginación. Ya he dicho que no todo cielo gris anuncia tormenta...

En todo caso, no desgastemos el doble sentido y sincerémonos diciendo que nuestro nombre es inspiración de su excelentísima persona Joaquín Sabina. Con esto dicho no hay cómo hacerse el tarugo.

Bienvenido y bienvenida visitante, póngase cómodo, alístese un café, un mate, un té de lo que sea (el aguardiente se lo dejamos opcional). Préndase un cigarrito, y disfrutemos juntos de tumbarnos boca arriba y encontrarle forma a este cielo infinito. Burlémonos juntos de ese bellaco sol que se oculta detrás de nuestro gris telón. Y por favor, ya que probablemente ha caído por estos lares debido al azar, que el azar no sea culpable de olvidarnos. Vuelva pronto que ya con el tiempo aprenderé el oficio de cultivar un blog...