miércoles, 14 de septiembre de 2011

Enfoque.

Un vistazo por la urbe. La gran urbe, la triste, la indispensable, la aborrecida, la irrepetible, la...

Un lente, un cuerpo, y el dedo listo y, sobre todo, los ojos dispuesto a ver algo más que lo habitual.



Fotografías bajo licencia Creative Commons:

lunes, 5 de septiembre de 2011

Café para tres.

Ella, en realidad, no estaba esperándolo. Al menos esa fue la impresión que me causó. Pero él llegó.

Ella... Se volteó y los ojos parecieron brillarle. Se levantó y lo abrazó, su frente a la altura de su nariz. Se quedaron en un abrazo infinito. Los brazos de ella se apoyaron en los hombros de él, subían, apretaban el cuello; una mano sentía su hombro, la otra se zambullía en su cabello: tensa, esa tensión que producen los momentos felices.

Él... Jorobado para sentirla, para olerla... La barbilla reposando en su hombro, los brazos cruzados por sus costados, una mano donde termina la espalda, la otra más arriba. Tensión... Y su mano derecha, subiendo y bajando, despacio, por la curva de su espalda, como acariciando todo lo que se puede acariciar en el mundo, como acariciando lo que importa acariciar en el mundo.

Los ojos de ambos cerrados.

Él presionando su mejilla en la oreja de ella, al tiempo que ella escondía su boca, dando un beso sin mover sus labios en su cuello; de esos que se dan sin darlo, sin necesidad de hacerlo obvio, pero que se sienten y son largos.

Ella escondiendo sus ojos en su cuello, viéndolo por dentro, sintiéndolo todo él, sintiéndose toda ella.

Leve separación momentánea. Es necesario verse...

Ella con la cabeza inclinada hacia arriba, sus manos recostadas en su pecho. Sus ojos en movimiento continuo mirándolo todo él: sus ojos, su nariz, su boca, su nariz, sus ojos, su boca, su boca, su boca.

Él, acariciando su mejilla sin soltarle la espalda; su mirada bamboleante sobre sus ojos: derecha, izquierda, derecha, izquierda.

Ambos perfectos. Ambos hermosos. Ambos sonríen, pero como el beso, sin sonreír... no hay necesidad. Cerca... cerca... unir los labios. Sus lenguas rozándose suavemente, como el mar besa la arena, como la arena fricciona el mar. Y como la ola, atrás, es necesario mirarse de nuevo.

---o---

Y yo allí. Mirándolos mirarse, descaradamente. Sintiendo que los amaba en su amor. Porque en ese momento, yo me infiltré por accidente en su espacio tiempo, porque ellos, desconocidos para mí, como dos amantes, se olvidaron de todo y de todos y el tiempo se les detuvo, y yo, sin pretenderlo, quedé atrapado con ellos en su dimensión de amor sólido y puro. Cómo salí de esa dimensión no lo sé, tal vez salí con ellos, tal vez antes. Yo sé lo que es estar allí... como ellos... Lo cierto es que cuando me fuí del café, caí en cuenta. Bonita forma de celebrar un aniversario de ausencia, pensé.