lunes, 28 de mayo de 2012

Náusea.

La gente pasa, deprisa, no se miran, no se tocan, hacen maromas, se tuercen, pegan brinquitos; parecen tijeras, las piernas van y vienen, rápido, tijeras degeneradas que van cortando el aire; los brazos sujetan carpetas, sujetan bultos, sujetan otros brazos, a pesar de que no se tocan; una mano se levanta, taxi, el que sigue, otra mano mete la tarjeta, una tercera saca la billetera y en esta ocasión es indispensable no tocar... ¡y zas!, la billetera brinca de bolsillo a bolsillo, como por arte de magia y la mano, bien escondidita, se pierde deprisa, entre los cuerpos que siguen sin tocarse.

La gente pasa, deprisa, no se miran; tampoco miran otras miradas, tampoco miran la ausencia de estrellas en el cielo; un par de brazos abate el aire, el bus, bueno, se fue, el que siga; unos dedos, muy juntitos, no se mueven suspendidos en el aire, a la altura de la cabeza, no tienen ninguna moneda, esperan la llegada de alguna... de al menos una moneda; pareciera que no tuvieran uñas, pareciera que no tuvieran nudillos, son sólo unos dedos, nadie los mira ni los deditos ni lo que pueda haber al extremo de los deditos.

La gente pasa, muy deprisa, parece que va a llover; están al borde de correr, miran el reloj, eso sí lo miran; es esto un mareo, una náusea, todo va tan rápido que dan náuseas, es necesario ver a otro lado, es necesario mirar, mirar y evitar las estelas de la gente, que se mueven, que marean, que ni a putas se miran; podría decirse que las estelas, que cada trayecto, son uno, son mil, que se van quedando atrás y se unen hasta formar un sólo manchón gris, oscuro, asfixiante.

La gente pasa... Me detengo, al detenerme miro, siento ganas de vomitar porque me he detenido. Me consternan profundamente las bombas de jabón que me están rodeando y van cayendo lentamente, van flotando sorteando hombros, paraguas, manos de niños; me consterno profundamente al mirarlas y las sigo mirando para no vomitar, su movimiento es tan sutil, tan delicado y suave; me consterna saber que están ahí y no poder ubicar de dónde vienen. La gente pasa, deprisa, y no las llega a ver.

martes, 22 de mayo de 2012

I love Clint Eastwood.

"Quizá el dinero no da la felicidad, 
pero la cirugía estética sí"

Los textos de Miguel Morillo son siempre delirantes. Sus personajes, siempre en el vilo de un estallido, nos recuerdan que el reloj despertador de la vida nos espera doblando a la vuelta de la esquina, nos recuerdan que también estamos a punto de estallar. Son, los personajes de Miguel, irreales y ficticios sobre el papel, pero sobre el escenario son más reales y sinceros que nosotros mismos; como suele suceder en estos casos, el espectador sentirá más identificación con unos que con otros, será casi como una confesión secreta. 

Fernando Bolaños. Foto: Sole Rodríguez
Morillo, que con no poca ironía se define como un dramaturgo underground contemporáneo, posee una muy plausible cualidad de saber qué decir y cuándo y cómo decirlo. Sus obras son delirantes, como ya he dicho, excitantes, morbosas, algo obscenas (calificativo que estoy seguro le provocaría una sonrisa satisfecha) cómicas, concisas y contundentemente lapidarias. De reírse a más no poder del desgraciado disfrazado de Batman (con un traje que no es de su talla) hasta solidarizarse de su condición, porque es nuestra condición, hay pocos segundos de diferencia. 

"Calculo mi sueldo en cafés
y me desespero"

Pedro Sánchez. Foto: Sole Rodríguez.

I love Clint Eastwood es un extraordinario texto cuya puesta en escena ha sido realizada en Costa Rica por ArKetipo Arte & Comunicación. Ya en 2008 ArKetipo hizo debutar la dramaturgia de Morillo con la obra Hamlet García, obra que nos presentaba a cuatro personajes que iconizaban personalidades urbanas postmodernas. Como eje temático transversal a la obra de Miguel, los personajes manifestaban sus ideales de (supuesta) felicidad; al final, cuatro historias se entretejían en un clímax onírico y desastroso (para los personajes, quiero decir). 

El tratamiento estético que se le diera a aquella puesta dirigida por Andrés Montero, mezclando el audiovisual con el arte escénico, es retomada por ArKetipo para I love Clint Eastwood con mucho mayor atrevimiento de suerte tal que ésta combinación artística se convierte en el sello distintivo del grupo. 

"Y voy a invitar a Clint Eastwood
a mi cine privado, 
a ver películas de Clint Eastwood"

La historia gira en torno de dos personajes: uno que fantasea con ganarse el premio mayor de la lotería y en el que vemos reflejados los excesos consumistas de la sociedad actual, un delirio de grandeza, de darse importancia, de buscar la satisfacción personal no en el interior ni en los demás, sino más bien en las apariencias sociales; el segundo personaje nos cuenta su rutina diaria, sus dudas e inquietudes, nos hace formar parte de su solitaria vida hasta que un encuentro le hará cambiar la manera de ver las cosas.

Ambos personajes podrían ser uno sólo, o desconocidos, o bien ser álter ego del otro. Yo prefiero que cada quién le encuentre el sentido que mejor le conviene. Las historias de sus vivencias hacen que el público vea reflejadas muchas de sus situaciones y ensueños diarios. La obra avanza con excelente ritmo hasta un punto sin retorno en el que ambos personajes creerán descubrir el verdadero sentido de la vida.

Foto: Sole Rodríguez.
Los actores ofrecen un trabajo muy convincente y es palpable la buena química con la que funcionan sobre las tablas. A lo largo de la obra, el recurso audiovisual está presente a través de diversas pantallas y en ellas se nos presentan personajes con los cuales los actores en escena interactúan. Visualmente es una puesta muy atractiva e innovadora que refuerza la hilaridad de la historia que se va desarrollando. La música ha sido cuidadosamente seleccionada y termina de otorgar unidad a la puesta en su totalidad. Huba&Silica y Florian Droids son los grupos que protagonizan el banda sonora.

Clint Eastwood es un personaje más dentro de la historia. Se hacen constantes referencias tanto a él como a su obra y la obra en la que ha participado como actor, especialmente Harry El Sucio. Clint deviene en un ícono, un símbolo para una sociedad que cambia demasiado deprisa.

Esta es obra que hay que ver, es un espectáculo que satisface los sentidos y que, además de hacernos reír (y hasta llorar acaso) nos hace pensar, cosa que se agradece en los tiempos que corre.

Para detalles más a profundidad del espectáculo acá un link con una entrevista realizada al director de la puesta, Pablo Morales, en la emisora local 104.7.



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A modo de epílogo... 

Hoy en día Miguel habita en una España que nos duele a todas y todos que no creemos en fronteras ni en banderas; una España que es el reflejo de Europa, es reflejo del mundo, este mundo en donde trabajamos para pagar las facturas de unos pocos. Miguel está allí y mientras, probablemente, se caga de frío en el próximo invierno, su obra comienza a internacionalizarse, cosa que me alegra mucho por él y por todos nosotros.