viernes, 27 de julio de 2012

Vidas.

Ha mucho tiempo ya que dos andantes arribaron a tierras ístmicas con una técnica escénica totalmente desconocida: la improvisación teatral. Recuerdo a Javier y a Bárbara llegar a una sala de teatro que no voy a mencionar acá (y que en todo caso ya no existe), presentarse y ofrecer su espectáculo. Les dieron pelota, como se dice popularmente, lo recuerdo, y una noche cercana a su llegada presentaron su máquina de hacer historias con una recepción fabulosa del (poco) público que había llegado (a que ya se puede imaginar porque ya no existe la no mentada sala).

Recuerdo haberles visto como dos simples viajeros, dos aves de paso que tenían un dominio fabuloso del escenario; supuse su presentación en otros lugares, y después que todo quedase en un bonito y divertido recuerdo. Por suerte me equivoqué: dos o tres años después ya habían hecho lo suficiente para dejar antes de su partida la semilla creciendo en, cuanto menos, los que iban a ser tres buenos amigos.


Impromptu es el resultado de ese proceso de crecimiento artístico. Hoy por hoy, sus integrantes Javier Monge, Rolando Salas y Andrey Ramírez han convertido al grupo en ser el que lleva la batuta en lo que respecta a improvisación teatral en Centroamérica: organiza eventos, encuentros internacionales, match de improvisación y desarrolla sus propios espectáculos. Entre éstos precisamente se cuenta Vidas, trabajo que se está por finalizar su segunda temporada en el Teatro Giratablas.

Bien, imagine esto: usted muere, anda deambulando entre tonadas inéditas por ese lugar extraño donde fue a parar (cielo, infierno, limbo, ¿cómo saberlo?), y algo sucede realmente agradable; le ocurre que encuentra a sus dos mejores amigos con los que podrá compartir sus historias de vida por toda la eternidad. Simpático, ¿verdad?. Pues así inicia el espectáculo Vidas, con la muerte, ya de entrada un lindo juego.

Andrey Ramírez
Tres amigos, la eternidad por delante (que para nuestros efectos durará poco más de una hora) y la convicción de esperar que estos amigos nos sorprendan.

Una de la máxima de Impromptu (realmente lo deduzco) es la innovación, y en Vidas nos ofrecen formatos de impro nunca antes presentados en Costa Rica. Aquí podremos apreciar historias que utilizan recursos tanto de la comedia como el drama, el terror o el absurdo; historias de unos quince minutos de duración cada una, lo cual es mucho para el tipo de impro al que estábamos acostumbrados.

Los actores van construyendo las historias a partir de las ideas que el público les ha dado previamente, antes de iniciar la función, a través de múltiples papelitos que los actores tienen a mano. Con ideas como un lugar, un oficio o un pecado, las historias pueden llevarnos a sitios totalmente insospechados. 

El trabajo de los actores en el escenario es agradable y entretenido, demuestran dominio sobre la técnica y deseos de llevar las historias al límite. Una virtud del espectáculo es la iluminación: son los mismos actores quienes controlan los cambios de luz. 

Son bastantes las zonas de luz que se manejan, y ciertamente es imposible deducir si los cambios de zonas ocurren al azar o con alevosía, de lo único que estamos seguros es que los actores manipulan el ritmo de los cambios.

Este elemento levanta el ritmo general del espectáculo y estéticamente resulta sumamente atractivo. Funciona además como un "Plan B", pues si nos topásemos con que la historia no anda del todo bien la luz puede ser un recurso salvador.

El público puede ver y volver a ver el espectáculo cuantas noches quiera, siempre se topará algo diferente, lo que lo hace un espectáculo con capacidad para innovar sobre sí mismo. Recomendada.
Rolando Salas

martes, 10 de julio de 2012

Matar un gato.

El gato se escurre por todo tipo de escondrijos. Ante la menor oportunidad de fuga brinca de muro en muro, atraviesa latas y tablas, se deja colgar por ramas y cuerdas. Este gato en particular no es mi amigo. Es un animal simpático, debo admitirlo, pero no es mi amigo ni mucho más ni mucho menos. De hecho, las noches en que brinca a mi techo -las madrugadas debo decir- quisiera matarle, tomarle por el cuellecillo y quebrar sus huesos con mis propias manos, torcerle su cabecita en un movimiento preciso y escuchar un crack como el último ruido nocturno.

Me desvelo, con el sonido arrítmico del techo, ideando múltiples y nuevas formas de provocarle la muerte, la mayoría, procuro, sin dolor. No me interesa su sufrimiento, no encuentro placer desviado y macabro en ello, en verle sufrir, sólo deseo que me deje mis noches tranquilas. Y mi techo también. De allí que me diferencie del sádico, del psicópata, de ese repugnante ser que ve en la tortura gatuna un deporte; mi objetivo es dormir, para ello debo hacer que el gato muera, es una simple consecuencia en la que el sufrimiento no es inevitable. Me voy durmiendo con dificultad pensando en estas cosas, queriendo creer que el ruido ha cesado, pero entonces es cuando la antena se desploma sobre el metal, los piececitos huyen despavoridos, y yo me quedo mentándole la madre al aire con voz ahogada.

Es un animal fuerte, ágil y de un bello color pardo. Por las mañanas toma el sol en mi patio, y yo le miro desde detrás de la rejilla que encierra la ventana del baño. Menea su cola, tumbado de costado, con suavidad y entreabre los ojos, como para disimular, como aparentando que sigue estando alerta y que el sueño, como ocurre realmente, no le está ganando. Parece que viniese de darse un gran banquete. Parece un rey, gordo y absurdo, que se tira a dormitar la cena teniendo a la vista sus dominios.

Yo le miro con el paño sobre el hombro, a través del sucio vidrio del baño que encierra una rejilla, y una profunda ira me invade el ánimo. Tengo un gesto estúpido en la cara, estoy jorobado, porque no he dormido demasiado y me siento cansado. Tengo, por tanto, una pose estúpida, allí, sin pantalones y en chancleta. Me veo indudablemente estúpido, atento contra la estética. De alguna manera entiendo porqué estoy solo. Si una mujer me viera en tal estado... Pero el punto es que no hay mujer... No, el punto es que comienzo a bramar y camino golpeando el piso con fuerza, salgo al patio y agito cavernícolamente mi paño. El animal reacciona a mis muecas y para cuando mi pie se dirige a él el felino ya ha huido de sus dominios, como todo buen rey que se sabe atacado, y se ha perdido en el jardín del vecino.

Otros días no es tan grave nuestra relación, si es que realmente la hay. En otras ocasiones yo le miro, y el a mí, y no nos decimos nada, como es lógico pues los gatos no hablan. Mi deseo de estrangularle en esas ocasiones se ha ido junto con mi sueño, me resigno a no tener las agallas de hacerle nada.

Cierta noche, no demasiado tarde, un escándalo llama mi atención. El ruido de muchas almohadillas que corren con rapidez termina frente a mi casa. Salgo con prontitud y descubro una jauría enloquecida, y entre las cabezas que muestran sus colmillos al gato que intenta escapar. Yo me apresuro, reacciono, aplaudo con fuerza y en el instante en que los perros me miran desconcertados el gato huye con espantosa prisa rozándome la pierna y termina por refugiarse en un escondrijo debajo de unas escaleras. La jauría entiende que nada puede hacer y sin odio hacia mi se marcha cuesta abajo, olfateando bolsas y mierdas.

Pasado el evento me meto en mi habitación. No me cuestiono nada de lo que ha ocurrido, ignoro cuestionarme y tan siquiera pensar en el tema. Al menor "no podía dejarlo en desventaja" cambio de tema mental. Por esa noche duermo sin ruido alguno.