Sofía colecciona botones, si es que colecciona
es la palabra adecuada. Dice que cada botón es como una experiencia, como un
hecho, como un recuerdo que nace acompañado de un frío estomacal y te colma el
pecho y la garganta, te humedece los ojos pero que te hace sonreír sin
necesidad de mover los labios. Y hay que ver cuando esto te ocurre, acostado en
la cama a media noche… es como si todas las cosas se detuvieran o, más bien,
dejaran de ser importantes pues solamente importa aquello que te envuelve como
un espasmo del alma, si es alma la palabra correcta. Y pues bien, a falta de
motivaciones y circunstancias para sentir nacer tales arrebatos Sofía se clava
en sus botones cada uno de ellos, dice, como un momento de la vida,
particular, único, de color y tamaño concretos. Para Sofía que existan miles de
botones en miles de botoneras le tiene sin cuidado pues los suyos encierran los
significados que sólo ella conoce, y dicho esto se acomoda un mechón que le cae
dulcemente por la cara con esas manos que a veces me quitan el sueño.
Cualquiera le amaría cada vez que sale en defensa de sus botones.
Con todo y todos hemos intentando que salga de casa más a menudo y deje olvidada por un rato su afición a los botones
en ese cofrecito forrado que guarda en el armario. Y ciertamente no son tantos
como un coleccionista profesional podría pensar, se reducen a lo sumo a unas
cuantas docenas, pero ya está dicho lo que Sofía siente, o se deja sentir. Es
frecuente que cuando le proponemos a Sofía salir de casa ella lo resiste
tiernamente, habla de sus botones, de las vueltas que da la vida, de lo que añora.
Luego se escurre, como disculpándose, hacia su habitación donde todos sabemos
repasa su breve colección y para cuando termina de revisarles cada agujero,
cada calado y cada rayita ya todos nos hemos ido porque es tarde y en realidad
nunca esperamos que Sofía nos haga caso y salga con nosotros.
Al final, su madre le tranquiliza, si es que
tranquiliza es la acción adecuada, dejándole un botón por sorpresa en su mesita
de noche y, en otras ocasiones menos afortunadas para Sofía, diciéndole que la
tienda de botones ya está cerrada. Sofía se duerme, a veces apretando el botón
nuevo con su mano o protegiendo cerca de sus mejillas el cofrecito y sueña que
afuera llueve y que ella está desnuda.