Esta era en las que nos tocó crecer nos inunda, en cada momento que puede, con ideas que se fundamentan en el desarrollo individual. "Estás solo -te dicen- tenés que quererte a vos mismo antes que a nadie más". También te afirman cosas como "la felicidad está en vos mismo, tenés que descubrirla". (Y todo ello dejando de lado el fundamentalismo consumista y voraz que también tiene su simiente en el ser como unidad independiente.)
El amor, resumen, se basa en el amor individual.
Pero aquellos que afirman tales cosas, algunos sicarios de la felicidad que se disfrazan a través de escuelas de yoga o cosas así, obvian que nada puede existir si no es con referencia a alguien o algo más. Estos y otros seres nos afirman ser muy felices en su interior, han encontrado la luz en su interior. Un interior, al menos para mí, confuso, a veces inexistente, a veces, como el universo, incomprensible.
No sé si éstos y éstas han logrado, en efecto, una introspección substancial negada a la mayoría de mortales. Cómo saberlo...
Lo qué sí sé, es que una tarde comprendí un principio universal: nada puede existir sin algo que le de sentido, que le de referencia. Un cuerpo en mitad del espacio, inmenso y oscuro, no tiene dirección, no tiene arriba ni abajo, no es posible ubicarlo. Sólo es posible darle sentido a este cuerpo con respecto a otro, sea en miles de kilómetros, años luz, órbitas grandes y chicas... La Tierra está en ésta galaxia sólo porque hay más cuerpos que la conforman... el planeta, solo, es un cuerpo flotante.
Y la vida humana es así... Una tarde comprendí que somos así. Un ser solo no puede dar demasiado sentido a la vida... a su vida.
Quizá, pensé, por eso la extraño tanto. Quizá esto explique porqué, desde que no estamos juntos, me volví un cuerpo flotante en medio de la oscuridad.
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