martes, 25 de diciembre de 2012

Quizá como una cárcel.

El que habla soy yo, no otro, nadie más, ni siquiera un náufrago, soy yo, no otro, aunque se quisiera. Hablo desde adentro, desde este agujero que supone mi propia palabra, un encierro inconstante pero nefasto. Huitzilopochtli se me apersonó en mi sueño, goteaban sangre sus manos y lloraba. Reconocí que aquel líquido verde oscuro que se le espumaba en los dedos, ardiéndole, no se trataba de su propia sangre.  Cuando desperté me encontré meditabundo y somnoliento en este abismo que supone mi propio pensamiento. Traté de descifrar aquel enigma que representaba la presencia de un dios muerto en la privacidad de mi sueño. Entonces hice el esfuerzo de recordar los detalles y así pude dibujar el cielo con claridad, un cielo turquesa, pálido, que estaba sobre nuestras cabezas, la mía y la de Huitzilopochtli. El brillo azulado nos dibujaba sombras extrañamente duras sobre los rostros. Yo llevaba una pluma de buitre en la mano derecha y una fruta en la izquierda, un fruto que me fue imposible reconocer. Más allá de estos detalles no pude precisar nada en absoluto que me permitiera amarrar, tan siquiera, una idea aproximada del significado de cuanto he contado.

Luego volví a despertar. Permanecía ahora desnudo en mitad de un bosque sobre el cual una luz débil me impedía ver demasiados detalles. De cuclillas, con aire a mi costado izquierdo, abrazaba mis rodillas de tal modo que cualquier pensaría que se está abrazando la idea que uno más estima. Mi sexo apuntaba hacia el suelo, mis ojos buscaban algo en el cielo que, en realidad, no podía ver. Lo más perturbador, lo realmente extraordinario, era no sentir frío alguno a pesar de la humedad y de los hongos que crecían despacio y me iban subiendo por los pies.

Por tercera vez desperté, en el momento en que se me iluminaban la cara y los hombros con un destello lechoso que invadió el bosque y que me hizo arrugar los párpados. Y fue así cuando finalmente acabé asediado por palabras que salieron de mi boca sin que las pronunciase en un espacio donde yo no sabía ser yo. Y vino a mí, pues, como una imagen gloriosa, Gracchus, ese cazador cuyas leyendas sobreviven gracias al maestro praguense. Y le anhelé su existencia con envidia y admiración, queriendo que mis sueños me condujesen a ser él, a sus interminables viajes por tierra, por mar. Tuve que apartar aquel pensamiento de mí pues mi situación no era la deseada, nada más opuesto. Y sigo aquí, soy yo quien habla, soy yo quien espera despertar otra vez, quizá una última vez, quizá mil veces más, y tal vez encontrar la pluma que perdí sin darme cuenta cuando vi a Huitzilopochtli llorar.

domingo, 2 de diciembre de 2012

El otro lado de la nube negra.

Estoy acá, al otro lado. Hace rato que he llegado, pero me ha tomado un trago más escribirlo. Anoche me apareciste de la nada en mi sueño, con un mapa en la mano. Yo te hablé del atardecer en Praga que veríamos o no veríamos; y luego, en mitad de una calle bohemia bañada por un cielo naranja y distante, descubrí por única compañía un viento que me azotaba la gabardina. Y fue así, por este suceso inesperado, que me conduje a una mesa repetida adrede y comencé a escribir esta postergada escritura.

Varias vueltas de mundo me tomó llegar hasta acá, al otro lado, para descubrir que finalmente nada había, nadie esperaba. Aquí, donde no existe ni se habla de ningún mar mis manos ya no queman cuando son tocadas. Este vacío resultó no ser tan tormentoso, sencillamente es. Un vacío sin humo blanco. 

Para llegar acá crucé apagones, lunas reventaron sobre y debajo de mí. Caminé sobre cristales rotos. Aprendí a doblar esquinas como antes de que mi pelo se alargara. Entendí que tus espadas rojas me enseñaron su filo por última vez, y que lo simple y lo complicado son caras de una misma moneda. 

Escribo estas letras, que no guardan ningún rastrojo de esperanza, como un saldo pendiente conmigo mismo. Y aunque en ocasiones anhelo tu humedad en secreto, y aunque muy a veces te resiento en silencio, ya no me pregunto si más adelante volveré a encontrarte en mitad de esta senda sin mar que hago cada día. 

viernes, 27 de julio de 2012

Vidas.

Ha mucho tiempo ya que dos andantes arribaron a tierras ístmicas con una técnica escénica totalmente desconocida: la improvisación teatral. Recuerdo a Javier y a Bárbara llegar a una sala de teatro que no voy a mencionar acá (y que en todo caso ya no existe), presentarse y ofrecer su espectáculo. Les dieron pelota, como se dice popularmente, lo recuerdo, y una noche cercana a su llegada presentaron su máquina de hacer historias con una recepción fabulosa del (poco) público que había llegado (a que ya se puede imaginar porque ya no existe la no mentada sala).

Recuerdo haberles visto como dos simples viajeros, dos aves de paso que tenían un dominio fabuloso del escenario; supuse su presentación en otros lugares, y después que todo quedase en un bonito y divertido recuerdo. Por suerte me equivoqué: dos o tres años después ya habían hecho lo suficiente para dejar antes de su partida la semilla creciendo en, cuanto menos, los que iban a ser tres buenos amigos.


Impromptu es el resultado de ese proceso de crecimiento artístico. Hoy por hoy, sus integrantes Javier Monge, Rolando Salas y Andrey Ramírez han convertido al grupo en ser el que lleva la batuta en lo que respecta a improvisación teatral en Centroamérica: organiza eventos, encuentros internacionales, match de improvisación y desarrolla sus propios espectáculos. Entre éstos precisamente se cuenta Vidas, trabajo que se está por finalizar su segunda temporada en el Teatro Giratablas.

Bien, imagine esto: usted muere, anda deambulando entre tonadas inéditas por ese lugar extraño donde fue a parar (cielo, infierno, limbo, ¿cómo saberlo?), y algo sucede realmente agradable; le ocurre que encuentra a sus dos mejores amigos con los que podrá compartir sus historias de vida por toda la eternidad. Simpático, ¿verdad?. Pues así inicia el espectáculo Vidas, con la muerte, ya de entrada un lindo juego.

Andrey Ramírez
Tres amigos, la eternidad por delante (que para nuestros efectos durará poco más de una hora) y la convicción de esperar que estos amigos nos sorprendan.

Una de la máxima de Impromptu (realmente lo deduzco) es la innovación, y en Vidas nos ofrecen formatos de impro nunca antes presentados en Costa Rica. Aquí podremos apreciar historias que utilizan recursos tanto de la comedia como el drama, el terror o el absurdo; historias de unos quince minutos de duración cada una, lo cual es mucho para el tipo de impro al que estábamos acostumbrados.

Los actores van construyendo las historias a partir de las ideas que el público les ha dado previamente, antes de iniciar la función, a través de múltiples papelitos que los actores tienen a mano. Con ideas como un lugar, un oficio o un pecado, las historias pueden llevarnos a sitios totalmente insospechados. 

El trabajo de los actores en el escenario es agradable y entretenido, demuestran dominio sobre la técnica y deseos de llevar las historias al límite. Una virtud del espectáculo es la iluminación: son los mismos actores quienes controlan los cambios de luz. 

Son bastantes las zonas de luz que se manejan, y ciertamente es imposible deducir si los cambios de zonas ocurren al azar o con alevosía, de lo único que estamos seguros es que los actores manipulan el ritmo de los cambios.

Este elemento levanta el ritmo general del espectáculo y estéticamente resulta sumamente atractivo. Funciona además como un "Plan B", pues si nos topásemos con que la historia no anda del todo bien la luz puede ser un recurso salvador.

El público puede ver y volver a ver el espectáculo cuantas noches quiera, siempre se topará algo diferente, lo que lo hace un espectáculo con capacidad para innovar sobre sí mismo. Recomendada.
Rolando Salas

martes, 10 de julio de 2012

Matar un gato.

El gato se escurre por todo tipo de escondrijos. Ante la menor oportunidad de fuga brinca de muro en muro, atraviesa latas y tablas, se deja colgar por ramas y cuerdas. Este gato en particular no es mi amigo. Es un animal simpático, debo admitirlo, pero no es mi amigo ni mucho más ni mucho menos. De hecho, las noches en que brinca a mi techo -las madrugadas debo decir- quisiera matarle, tomarle por el cuellecillo y quebrar sus huesos con mis propias manos, torcerle su cabecita en un movimiento preciso y escuchar un crack como el último ruido nocturno.

Me desvelo, con el sonido arrítmico del techo, ideando múltiples y nuevas formas de provocarle la muerte, la mayoría, procuro, sin dolor. No me interesa su sufrimiento, no encuentro placer desviado y macabro en ello, en verle sufrir, sólo deseo que me deje mis noches tranquilas. Y mi techo también. De allí que me diferencie del sádico, del psicópata, de ese repugnante ser que ve en la tortura gatuna un deporte; mi objetivo es dormir, para ello debo hacer que el gato muera, es una simple consecuencia en la que el sufrimiento no es inevitable. Me voy durmiendo con dificultad pensando en estas cosas, queriendo creer que el ruido ha cesado, pero entonces es cuando la antena se desploma sobre el metal, los piececitos huyen despavoridos, y yo me quedo mentándole la madre al aire con voz ahogada.

Es un animal fuerte, ágil y de un bello color pardo. Por las mañanas toma el sol en mi patio, y yo le miro desde detrás de la rejilla que encierra la ventana del baño. Menea su cola, tumbado de costado, con suavidad y entreabre los ojos, como para disimular, como aparentando que sigue estando alerta y que el sueño, como ocurre realmente, no le está ganando. Parece que viniese de darse un gran banquete. Parece un rey, gordo y absurdo, que se tira a dormitar la cena teniendo a la vista sus dominios.

Yo le miro con el paño sobre el hombro, a través del sucio vidrio del baño que encierra una rejilla, y una profunda ira me invade el ánimo. Tengo un gesto estúpido en la cara, estoy jorobado, porque no he dormido demasiado y me siento cansado. Tengo, por tanto, una pose estúpida, allí, sin pantalones y en chancleta. Me veo indudablemente estúpido, atento contra la estética. De alguna manera entiendo porqué estoy solo. Si una mujer me viera en tal estado... Pero el punto es que no hay mujer... No, el punto es que comienzo a bramar y camino golpeando el piso con fuerza, salgo al patio y agito cavernícolamente mi paño. El animal reacciona a mis muecas y para cuando mi pie se dirige a él el felino ya ha huido de sus dominios, como todo buen rey que se sabe atacado, y se ha perdido en el jardín del vecino.

Otros días no es tan grave nuestra relación, si es que realmente la hay. En otras ocasiones yo le miro, y el a mí, y no nos decimos nada, como es lógico pues los gatos no hablan. Mi deseo de estrangularle en esas ocasiones se ha ido junto con mi sueño, me resigno a no tener las agallas de hacerle nada.

Cierta noche, no demasiado tarde, un escándalo llama mi atención. El ruido de muchas almohadillas que corren con rapidez termina frente a mi casa. Salgo con prontitud y descubro una jauría enloquecida, y entre las cabezas que muestran sus colmillos al gato que intenta escapar. Yo me apresuro, reacciono, aplaudo con fuerza y en el instante en que los perros me miran desconcertados el gato huye con espantosa prisa rozándome la pierna y termina por refugiarse en un escondrijo debajo de unas escaleras. La jauría entiende que nada puede hacer y sin odio hacia mi se marcha cuesta abajo, olfateando bolsas y mierdas.

Pasado el evento me meto en mi habitación. No me cuestiono nada de lo que ha ocurrido, ignoro cuestionarme y tan siquiera pensar en el tema. Al menor "no podía dejarlo en desventaja" cambio de tema mental. Por esa noche duermo sin ruido alguno.

lunes, 18 de junio de 2012

El Generalito.

De pequeño no me gustaba el teatro infantil. Me gusta de un tiempo para acá, ahora que el niño que fui se perdió por caminos que desconozco. El porqué de esta situación también lo desconozco. Quizá sea (me digo a modo de autoconsolación) porque ahora veo todo lo bello que se puede esconder en un buen texto y una hermosa puesta. Y precisamente, El Generalito es un excelente ejemplo.


Jorge Díaz, dramaturgo nacido en Argentina, de padres españoles, chileno de crecimiento y español por exilio, se ganó, con el tiempo, la etiqueta de autor del absurdo. También trabajó el género de obras infantiles. Díaz escribe inicialmente este texto como una clara alusión a la dictadura de Pinochet. Evidentemente censurada en Chile, la pieza es una bella reflexión de la libertad, un llamado a la solidaridad entre los pueblos y una denuncia antimilitarista. Los ejércitos, el abuso de autoridad y el delirio de poder que conllevan, son satirizados por Díaz, ilustrados como meros instrumentos de quienes realmente gobiernan, que son siempre los que no muestran el rostro.


La obra, hábilmente interpretada por José Morales, Fernando Montero, Erick Monge, Marco Murillo y América Reyes, narra la historia de un pueblo que es obligado a vivir de rodillas por orden de El Generalito. Sólo el gris y el negro son los colores permitidos a sus habitantes, hasta que un día Juan descubre una paloma blanca en pleno vuelo (bella metáfora). A partir de este hecho, los habitantes del pueblo desatan la Revolución de los Colores, ante lo cual El Generalito ordena la inmediata represión. Desde ese momento, el pueblo decide nunca más ponerse de rodillas, vivir de pie.

Se trata de una obra infantil, con canciones y toda la cosa, y es una puesta que mantiene la atención de principio a fin y que es verdaderamente disfrutada por niños, niñas y adultos.


Quizás porque de entre todas las luchas sociales en Latinoamérica, la del Chile de Allende ocupa un lugar especial en mi memoria histórica, esta obra me mueve a la emoción. En todo caso, los tiempos que corren (en prácticamente todo el mundo) demandan al arte escénico el retomar su labor de denuncia, de promover el debate de ideas, el ejercicio del pensamiento en todos y todas, sin que con ello deba de recurrir al panfleto. Hoy día, que los ciudadanos y ciudadanas de los todos países tienen más en común entre sí que con sus propios gobernantes o grupos de poder, es indispensable hacer un llamado a la hermandad sin fronteras, a la defensa de los Derechos Humanos. Estoy seguro que Gabriel Ochoa, director de la puesta y hondureño que sabe en experiencia reciente de lo que habla, comparte conmigo estos sentimientos y ha sido una de sus motivaciones para llevar a escena este que creo un texto inmortal.

Todo lo dicho hasta acá podría levantar suspicacias en algunos. No se malgaste el tiempo buscando intenciones de adoctrinamiento... Se trata, simplemente, de un texto que, independientemente de las ideologías, hace un llamado a la paz y a la justicia; valores humanos universales.

Costa Rica abolió el ejército como institución permanente desde 1949. ¿Está por ello libre de autoritarismos y represiones?. Los hechos de los últimos meses parecieran indicar que no es así. Mayor vigencia para esta puesta.

lunes, 28 de mayo de 2012

Náusea.

La gente pasa, deprisa, no se miran, no se tocan, hacen maromas, se tuercen, pegan brinquitos; parecen tijeras, las piernas van y vienen, rápido, tijeras degeneradas que van cortando el aire; los brazos sujetan carpetas, sujetan bultos, sujetan otros brazos, a pesar de que no se tocan; una mano se levanta, taxi, el que sigue, otra mano mete la tarjeta, una tercera saca la billetera y en esta ocasión es indispensable no tocar... ¡y zas!, la billetera brinca de bolsillo a bolsillo, como por arte de magia y la mano, bien escondidita, se pierde deprisa, entre los cuerpos que siguen sin tocarse.

La gente pasa, deprisa, no se miran; tampoco miran otras miradas, tampoco miran la ausencia de estrellas en el cielo; un par de brazos abate el aire, el bus, bueno, se fue, el que siga; unos dedos, muy juntitos, no se mueven suspendidos en el aire, a la altura de la cabeza, no tienen ninguna moneda, esperan la llegada de alguna... de al menos una moneda; pareciera que no tuvieran uñas, pareciera que no tuvieran nudillos, son sólo unos dedos, nadie los mira ni los deditos ni lo que pueda haber al extremo de los deditos.

La gente pasa, muy deprisa, parece que va a llover; están al borde de correr, miran el reloj, eso sí lo miran; es esto un mareo, una náusea, todo va tan rápido que dan náuseas, es necesario ver a otro lado, es necesario mirar, mirar y evitar las estelas de la gente, que se mueven, que marean, que ni a putas se miran; podría decirse que las estelas, que cada trayecto, son uno, son mil, que se van quedando atrás y se unen hasta formar un sólo manchón gris, oscuro, asfixiante.

La gente pasa... Me detengo, al detenerme miro, siento ganas de vomitar porque me he detenido. Me consternan profundamente las bombas de jabón que me están rodeando y van cayendo lentamente, van flotando sorteando hombros, paraguas, manos de niños; me consterno profundamente al mirarlas y las sigo mirando para no vomitar, su movimiento es tan sutil, tan delicado y suave; me consterna saber que están ahí y no poder ubicar de dónde vienen. La gente pasa, deprisa, y no las llega a ver.

martes, 22 de mayo de 2012

I love Clint Eastwood.

"Quizá el dinero no da la felicidad, 
pero la cirugía estética sí"

Los textos de Miguel Morillo son siempre delirantes. Sus personajes, siempre en el vilo de un estallido, nos recuerdan que el reloj despertador de la vida nos espera doblando a la vuelta de la esquina, nos recuerdan que también estamos a punto de estallar. Son, los personajes de Miguel, irreales y ficticios sobre el papel, pero sobre el escenario son más reales y sinceros que nosotros mismos; como suele suceder en estos casos, el espectador sentirá más identificación con unos que con otros, será casi como una confesión secreta. 

Fernando Bolaños. Foto: Sole Rodríguez
Morillo, que con no poca ironía se define como un dramaturgo underground contemporáneo, posee una muy plausible cualidad de saber qué decir y cuándo y cómo decirlo. Sus obras son delirantes, como ya he dicho, excitantes, morbosas, algo obscenas (calificativo que estoy seguro le provocaría una sonrisa satisfecha) cómicas, concisas y contundentemente lapidarias. De reírse a más no poder del desgraciado disfrazado de Batman (con un traje que no es de su talla) hasta solidarizarse de su condición, porque es nuestra condición, hay pocos segundos de diferencia. 

"Calculo mi sueldo en cafés
y me desespero"

Pedro Sánchez. Foto: Sole Rodríguez.

I love Clint Eastwood es un extraordinario texto cuya puesta en escena ha sido realizada en Costa Rica por ArKetipo Arte & Comunicación. Ya en 2008 ArKetipo hizo debutar la dramaturgia de Morillo con la obra Hamlet García, obra que nos presentaba a cuatro personajes que iconizaban personalidades urbanas postmodernas. Como eje temático transversal a la obra de Miguel, los personajes manifestaban sus ideales de (supuesta) felicidad; al final, cuatro historias se entretejían en un clímax onírico y desastroso (para los personajes, quiero decir). 

El tratamiento estético que se le diera a aquella puesta dirigida por Andrés Montero, mezclando el audiovisual con el arte escénico, es retomada por ArKetipo para I love Clint Eastwood con mucho mayor atrevimiento de suerte tal que ésta combinación artística se convierte en el sello distintivo del grupo. 

"Y voy a invitar a Clint Eastwood
a mi cine privado, 
a ver películas de Clint Eastwood"

La historia gira en torno de dos personajes: uno que fantasea con ganarse el premio mayor de la lotería y en el que vemos reflejados los excesos consumistas de la sociedad actual, un delirio de grandeza, de darse importancia, de buscar la satisfacción personal no en el interior ni en los demás, sino más bien en las apariencias sociales; el segundo personaje nos cuenta su rutina diaria, sus dudas e inquietudes, nos hace formar parte de su solitaria vida hasta que un encuentro le hará cambiar la manera de ver las cosas.

Ambos personajes podrían ser uno sólo, o desconocidos, o bien ser álter ego del otro. Yo prefiero que cada quién le encuentre el sentido que mejor le conviene. Las historias de sus vivencias hacen que el público vea reflejadas muchas de sus situaciones y ensueños diarios. La obra avanza con excelente ritmo hasta un punto sin retorno en el que ambos personajes creerán descubrir el verdadero sentido de la vida.

Foto: Sole Rodríguez.
Los actores ofrecen un trabajo muy convincente y es palpable la buena química con la que funcionan sobre las tablas. A lo largo de la obra, el recurso audiovisual está presente a través de diversas pantallas y en ellas se nos presentan personajes con los cuales los actores en escena interactúan. Visualmente es una puesta muy atractiva e innovadora que refuerza la hilaridad de la historia que se va desarrollando. La música ha sido cuidadosamente seleccionada y termina de otorgar unidad a la puesta en su totalidad. Huba&Silica y Florian Droids son los grupos que protagonizan el banda sonora.

Clint Eastwood es un personaje más dentro de la historia. Se hacen constantes referencias tanto a él como a su obra y la obra en la que ha participado como actor, especialmente Harry El Sucio. Clint deviene en un ícono, un símbolo para una sociedad que cambia demasiado deprisa.

Esta es obra que hay que ver, es un espectáculo que satisface los sentidos y que, además de hacernos reír (y hasta llorar acaso) nos hace pensar, cosa que se agradece en los tiempos que corre.

Para detalles más a profundidad del espectáculo acá un link con una entrevista realizada al director de la puesta, Pablo Morales, en la emisora local 104.7.



---o---

A modo de epílogo... 

Hoy en día Miguel habita en una España que nos duele a todas y todos que no creemos en fronteras ni en banderas; una España que es el reflejo de Europa, es reflejo del mundo, este mundo en donde trabajamos para pagar las facturas de unos pocos. Miguel está allí y mientras, probablemente, se caga de frío en el próximo invierno, su obra comienza a internacionalizarse, cosa que me alegra mucho por él y por todos nosotros.

domingo, 22 de abril de 2012

Sistema.

Llego. Mi jefe ya ha comenzado a revisar el examen. Hay gente esperando afuera. Están afuera. No los veo al entrar. No les presto atención al entrar. Pero están ahí, y esperan. Su tiempo se va, para la mayoría supongo, en una ansiedad por conocer sus resultados. Por saber si, por fin, el sistema les da el visto bueno.

Llego. Me pongo a trabajar con mi jefe. Revisamos el examen. Juntos. Yo me juego, creo, la legitimación frente a mi jefe. Que se de cuenta que tengo los conocimientos para estar donde estoy. Porque, al fin y al cabo, el sistema ya me ha legitimado. Ya tengo un cartón que dice que soy profesor. Uno más.

Pero yo no me siento uno más, a pesar de los pesares. Yo no hago lo que hacen los demás en mis clases. Yo busco algo más. Trascender, no yo, las ideas, la realidad. Utópica, pretenciosa, egocéntrica, social y legítima aspiración. Todo en uno y uno en todo, porque la realidad es contradictoria.

Yo creo jugarme muchas cosas. Pero quizás...

Terminamos de revisar el examen. Setenta ítems. Setenta equis puestas en la opción correcta determinan si los y las que esperan afuera, y muchos otros que no están allí, han aprobado. Pasar. Pasar el examen. El título. El bachillerato. Ese bachillerato que el sistema formal les negó. Por pereza, por hambre, por necesidad, por confusión, por su culpa... Cuántas son las razones que pueden haber... El punto es que están ahí. Bachillerato por madurez. ¿Madurez?. ¿Qué es eso?. ¿Aprobar... qué?. ¿Según quién... quiénes?

Los resultados ya están en la pizarra. Empiezan a pasar. Comienzan a comparar respuestas. Mi jefe me dice que me quede. Que aclare dudas, si es del caso. Y yo lo hago. Y me empiezo a dar cuenta. Porque los veo. Porque los veo contar los puntos. Esas cosas que ya sabés, que entendés que pasan en el sistema, en la realidad. Pero una cosa es saberlo y otra es verlo, en sus caras, en sus gestos, en sus cuerpos.

Ha llegado uno de mis estudiantes también. Yo espero que haya pasado. Yo me pongo tan ansioso como él. No. Más ansioso. Él no lo está, el sigue con su tranquilidad habitual.

Los veo. Miran la pizarra, buscan la respuesta. "Bien, esta si... Puta, yo sabía que no...". Y me empiezo a desesperar. Nadie parece darse cuenta, pero yo me empiezo a desesperar. ¿Cuántas cosas dependen de esa nota, cuántas promesas, esperanzas, opciones laborales dependen en ellos de esa nota?.

Y entonces, ahora más que nunca, lo que veo no tiene ningún sentido. No hay lógica alguna. La educación cívica no se puede evaluar en setenta ítems, pienso. Ya esto lo sabía. Pero ahora lo veo...

Algunos terminan y empiezan a contar. Una mano va, golpeando con suavidad la pregunta acertada, como diciendo "mierda, no pudiste conmigo", luego se tambalea en el aire cuando alguna otra le ganó la batalla... La otra mano va pasando las hojas. Es su trabajo, que la otra mate las preguntas vencidas.

Cuarenta y nueve puntos. No cuarenta y ocho. Eso ya no basta. Cuarenta y nueve ítems derrotados es lo que buscan en su conteo. Es la diferencia entre haber ganado un pedazo de cartón que dará el sistema o... Un nuevo intento la próxima, quizá... Aquí, ahora, no importa lo hablado, no importa lo analizado, no importa lo que causó sorpresa o indignación. Aquí, ahora, son cuarenta y nueve puntos lo que importa, nada más. Cuarenta y nueve. Un número. Un número. Número.

Al sistema le gustan los números.

A ellos no. A mí tampoco.

Pero es el número lo que está en juego.

Puta, y si mi estudiante no pasó... puta... puta... ¿Qué me preocupa realmente? ¿Su esfuerzo, sus esperanzas, sus metas? ¿Mi habilidad educativa por los suelos, una categoría de mal profesor? Hay cosas que no les dije... Hablé mucho... hablé más de la cuenta de otras cosas. Pero esas cosas eran importantes, más importantes, porque son parte de nuestra realidad, porque es indispensable que se den cuenta de lo que pasa y, sobre todo, que entiendan por qué pasa. Pero puta... lo vital era que pasaran... Un número. Cuarenta y nueve números. Contradicción. Puta. Me sudan las manos. No entiendo qué pasa, en dónde estoy y qué hago ahí.

Terminan de contar. Y lo de siempre: unas pasan, otros no. Veo sus caras. Puta...

Mi estudiante no pasó. Camina hacia donde estoy, cuarenta y dos, me dice con la expresión de siempre. No, digo yo. Me da el examen. Yo cuento los puntos. Yo vuelvo a contar, y mientras, en fracción de segundo sufro más que él. Mierda, me faltó tiempo, si hubiera tenido más tiempo... si hubiera hablado menos... Afuera empieza a llover, pero sigue haciendo un calor cargadísimo de humedad. Un calor hediondo y grosero.

Cuarenta y cuatro en realidad. Eso no le basta al sistema.

Lo consuelo... eso creo. El está tranquilo, yo creo que sí paso, me dice. Si... hay que esperar a ver si el Ministerio anula preguntas... o hace curva. Si, tranquilo, me dice él a mí... Y se me acaban las palabras en ese momento. Él se va. Yo me quedo. Yo me tengo que quedar. Yo hago de su derrota mi derrota. Pero no le digo nada.

Me pongo de pie. Camino de un lugar a otro. Nadie me pregunta nada. ¿Qué me van a preguntar si saben contar? Una chica llora más allá. Ella sí pasó. Y en su llanto se dicen muchas cosas, que yo entiendo, que yo también siento.

De a poco se van yendo. El aula queda vacía. Nos vemos mañana, me dice mi jefe, que toca el de estudios sociales... Yo le digo que si. Salgo. Estoy en la calle. Llueve. Y yo ya no pienso nada...