Silencio.
- Es curioso, ¿sabés?, nunca escribió nada tan maravilloso como la carta en la que se despedía de mí. Nunca nada tan preciso, tan certero, tan poético y tan hondo... profundamente... monumentalmente contundente. Hasta te parafraseó hombre, con una maestría, con una finura que no puedo describirte. Cada palabra en su lugar, cada coma, cada idea, cada imagen. ¿Que qué hice con la carta?. Pues hombre, qué iba a hacer... Hasta la había guardado, no sé ni para qué... La reencontré una mañana de éstas... ya ni me acordaba. ¿Cómo duelen los momentos que nunca te dejan de ser ajenos, verdad amigo?.
Silencio.
- Duelen... al final las hojas se las lleva el tiempo, ¿verdad?. Supongo que de verdad sus letras no tenían orgullo... Me hubiera gustado enseñarte la carta. Quien quita y hasta hubieras hecho algo con ella... Ja ja, mejor que no te la enseñé.
Silencio.
- Me decía que qué hacía con la enamorada de cinco años atrás que andaba perdida dentro de ella. Pucha... Qué pregunta. Si hubiera podido decirle... Y maldijo muchas cosas. Yo sé que lo hizo con rabia y con amor a la vez... Con resentimiento y desahogo... Hasta me la imagino. Y bueno, no creás, yo también he maldecido la razón y el corazón, pero hombre, sin eso ¿qué queda de la vida?, ¿qué nos queda a los mortales?.
Silencio. Joaquín escuchó a su amigo durante todo el rato. Lo miraba y lo comprendía. Se animó a hablar cuando entendió que los ojos del otro buscaban algo ausente en el mar.
- Pues no sé ni qué decirte hombre... Mirá cómo llueve. Es lindo, ¿siempre te gustó la lluvia verdad?
Silencio.
- Si... Las lluvias de abril son hermosas... Las de mayo tenían un encanto que nunca me gustó admitir... La verdad, hermano, es que ya no se si abril siga siendo el mes más hermoso del año.
Y debajo de la lluvia en una banca frente al mar, los amigos volvieron a guardar silencio.