La premura de hacerse de una hoja en donde escribir, porque hemos olvidado la libreta en casa, puede y debe desencadenar una serie de acontecimientos dignos de ser escritos.
Todo comienza por una idea que nace de una imagen, un grito o el llanto de una niña: supóngase que se está en media calle, un día cualquiera que se ha salido a respirar el aire viciado de afuera para variar la costumbre del aire viciado de adentro, y entonces ocurre que se ve una mujer, guapa, abofeteando a un tipo que pone cara de imbécil. Su novio, se deduce, por el inconfundible gesto de animal arrepentido que se le dibuja en la cara.
Y es así como se presenta la ocasión perfecta para escribir sobre el amor, o sobre las relaciones de pareja, o sobre los celos y su dinámica con la infidelidad, o sobre las parejas en las relaciones de amor, o sencillamente sobre el talante imbécil de un novio infiel.
Ante esto se ha de apresurar en la búsqueda inmediata y precisa de una cafetería (o restaurante) que cumpla con el requisito de tener área de fumado. Se ha de repasar y elegir entre la lista mental de opciones, o en última instancia, redoblar el paso y entrar en el primer lugar disponible antes de que nuestras ideas se dispersen.
Una vez en el sitio, pídase torpemente una taza de café, negro sobra decir, enciéndase un cigarrillo arrugando levemente el ceño y, al fin, hágase de una servilleta.
Si se presenta la inquietante circunstancia de no tener a mano una servilleta, rebusque en los bolsillos facturas. En cualquier caso, siempre es mejor la factura, el volante inútil que le dio un púber muchacho minutos atrás, que la delicada servilleta.
Ahora si, se dará rienda suelta a la creatividad literaria pudiendo usar figuras como bofetada precisa, gesto retórico o la premura de hacerse de una hoja.
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