domingo, 26 de diciembre de 2010

De ese momento cuando el día está por morir.




















Pocas cosas me conmueven lo suficiente, me hacen vibrar rincones que no recuerdo que tengo y me trasladan a un estado en el que concluyo que la vida es mucho más de lo que aparenta.

Ese preciso instante, de efímera duración, en el que el día llega a su fin y el cielo, la tierra y todo lo que habita en ella, se baña de una tonalidad indescriptible. Ya me gustaría ser poeta...

Desde luego, este recordatario de nuestra pequeñez no ocurre todos los días.

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