jueves, 30 de junio de 2011

El rayo.

Sucede que las nubes negras, como es natural, también pueden traer consigo rayos y truenos. Y sucede que en una de tantas un rayo se abalanza sobre el tendido eléctrico y te deja sin computadora por un mes.

(No se me mal interprete.
Disfruto profundamente mirar los rayos
cruzar el horizonte,
dejarse caer arrebatados
trazando formas tan imprevistas
como perfectas.)

Pero a veces toca, supongo. Y mientras se inicia el proceso en la compañía eléctrica para que paguen la reparación (porque a alguien hay que echarle la culpa, ¿no)?, y mientras buscás dinero de donde no tenés para arreglar tu aparato, y mientras cuando lo arreglan descubrís que también ha dañado el módem, y mientras la compañía de internet te lo cambia, y mientras eso te sirve para descubrir que también se te dañó la tarjeta de red, y mientras volvés a conseguir dinero para una nueva reparación, hasta que por fin, al fin, tenés de nuevo acceso a horas de esclavitud digital, te ves en la situación de estar desconectado de la virtual realidad, o de la realidad virtual, o como carajos se diga.

(Porque cuán hermosa esa sensación
al ver una corriente de energía pura;
los rayos me gustan por eso,
entre otras cosas,
porque me recuerdan lo insignificante de la vida humana.)

Y así, por un mes, ocurre que dejás de leer diarios, de revisar el correo, de actualizar tu estado en esa red social que no quiero mencionar acá, de escribir en tu nube (la negra, no la informática digo), etcétera...

(Si. Algo misántropo. )

Ocurre, pues, que no necesariamente te hace falta. Y te enterás de cosas que ocurren a la vuelta de la esquina, casi literalmente, cinco o diez días después, al tiempo que te lo cuenta alguien que te pone cara de extrañeza (porque no lo sabías, claro está) y te mira con una mirada que mezcla compasión con algo más que no se sabe bien qué es.

(Qué se le hace...)

Y sucede, finalmente, que al término de la historia, cuando tu cotidianidad se ve reestablecida, te alegrás, al menos, de saber que no has caído en la trampa. Que lo de afuera sigue siendo más importante, más real; y que tu espacio virtual te sirve para trasladar esa realidad más allá de lo que la realidad misma lo permitiría; o sea, no es tu sustituto.

lunes, 6 de junio de 2011

Mi habitación.

Una habitación que cualquiera podría juzgar como un auténtico caos es, no obstante para mí, el lugar más placentero de todos mis lugares. Cada objeto preserva un aroma, una intención; algunos un escape. Cada uno está en su sitio no por casualidad (o tal vez sí, es lo de menos). Un observador ajeno miraría en una tira de papel seda, colorida y sucia, colgando del espejo, un amplio signo de descuido por parte del morador. Pero ese retazo de papel rojo revive un viaje, un hermoso recorrido en tren. Alguna vez agité, alegre, ese papel por la ventana del vagón, al ritmo de mi canto y de mi voz. Y así podría seguir enumerando memorias de cada objeto. Y a pesar de ello, cada vez que un visitante hace un desplante por la disposición de mis objetos, no evito pensar en preguntarle si su alma está tan limpia y segmentada como su habitación.