lunes, 18 de junio de 2012

El Generalito.

De pequeño no me gustaba el teatro infantil. Me gusta de un tiempo para acá, ahora que el niño que fui se perdió por caminos que desconozco. El porqué de esta situación también lo desconozco. Quizá sea (me digo a modo de autoconsolación) porque ahora veo todo lo bello que se puede esconder en un buen texto y una hermosa puesta. Y precisamente, El Generalito es un excelente ejemplo.


Jorge Díaz, dramaturgo nacido en Argentina, de padres españoles, chileno de crecimiento y español por exilio, se ganó, con el tiempo, la etiqueta de autor del absurdo. También trabajó el género de obras infantiles. Díaz escribe inicialmente este texto como una clara alusión a la dictadura de Pinochet. Evidentemente censurada en Chile, la pieza es una bella reflexión de la libertad, un llamado a la solidaridad entre los pueblos y una denuncia antimilitarista. Los ejércitos, el abuso de autoridad y el delirio de poder que conllevan, son satirizados por Díaz, ilustrados como meros instrumentos de quienes realmente gobiernan, que son siempre los que no muestran el rostro.


La obra, hábilmente interpretada por José Morales, Fernando Montero, Erick Monge, Marco Murillo y América Reyes, narra la historia de un pueblo que es obligado a vivir de rodillas por orden de El Generalito. Sólo el gris y el negro son los colores permitidos a sus habitantes, hasta que un día Juan descubre una paloma blanca en pleno vuelo (bella metáfora). A partir de este hecho, los habitantes del pueblo desatan la Revolución de los Colores, ante lo cual El Generalito ordena la inmediata represión. Desde ese momento, el pueblo decide nunca más ponerse de rodillas, vivir de pie.

Se trata de una obra infantil, con canciones y toda la cosa, y es una puesta que mantiene la atención de principio a fin y que es verdaderamente disfrutada por niños, niñas y adultos.


Quizás porque de entre todas las luchas sociales en Latinoamérica, la del Chile de Allende ocupa un lugar especial en mi memoria histórica, esta obra me mueve a la emoción. En todo caso, los tiempos que corren (en prácticamente todo el mundo) demandan al arte escénico el retomar su labor de denuncia, de promover el debate de ideas, el ejercicio del pensamiento en todos y todas, sin que con ello deba de recurrir al panfleto. Hoy día, que los ciudadanos y ciudadanas de los todos países tienen más en común entre sí que con sus propios gobernantes o grupos de poder, es indispensable hacer un llamado a la hermandad sin fronteras, a la defensa de los Derechos Humanos. Estoy seguro que Gabriel Ochoa, director de la puesta y hondureño que sabe en experiencia reciente de lo que habla, comparte conmigo estos sentimientos y ha sido una de sus motivaciones para llevar a escena este que creo un texto inmortal.

Todo lo dicho hasta acá podría levantar suspicacias en algunos. No se malgaste el tiempo buscando intenciones de adoctrinamiento... Se trata, simplemente, de un texto que, independientemente de las ideologías, hace un llamado a la paz y a la justicia; valores humanos universales.

Costa Rica abolió el ejército como institución permanente desde 1949. ¿Está por ello libre de autoritarismos y represiones?. Los hechos de los últimos meses parecieran indicar que no es así. Mayor vigencia para esta puesta.

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