viernes, 28 de octubre de 2011

Los ladrones entran por la puerta de atrás.

Es curioso cómo funciona el imaginario de la inseguridad. Todavía recuerdo escuchar, con oídos infantiles, la expresión "hay que cerrar bien la puerta del patio", o la clásica "esa puerta la botan de una patada". Recuerdo escuchar y sigo, esporádicamente, escuchando esas expresiones. Así que se convierte en una especie de estéreo del pasado al presente. Todo respondía a la idea concreta de que algún día un ladrón se iba a meter por la puerta del jardín.

Supongo que las primeras veces que los escuché, en mi infancia, tuvieron cierta repercusión. Pero los días y las noches pasaron y el intruso nunca se apareció con ningún gorro ni con ningún saco al hombro. Salvo aquella madrugada que sí se apareció uno, forzando la cerradura, pero eso fue por la puerta del frente así que no cuenta.

Ese breve tiempo de niñez en que la amenaza del merodeador calaba me remite a una noche en que estaba solo en casa y se oyeron fuertes movimientos en el techo. La referencia del ladrón que entra por atrás se vino de golpe. Mi corazón palpitaba mientras trataba de conservar el ritmo de la respiración. Pero no pasó nada más que el susto.

Luego el tiempo pasó y eso que llamamos madurez va matando la inocencia de a poco, hasta que un día el niño que fuimos está sepultado y no sabemos ni en donde.

Hace unos días se volvió a mencionar la expresión. Expresión que parte de supuestos muy interesantes: en primer lugar, el intruso siempre es hombre, nunca se trata de una intrusa; segundo, el ladrón ha de forzar la puerta del patio, no las ventanas, no el techo, no aprovechará tampoco los múltiples espacios abiertos del cieloraso, partiendo, además, del supuesto de que para llegar hasta la puerta brincará por los techos de todas las casas aledañas, cruzará otros patios, correrá el riesgo de perder el equilibrio, de desagarrarse una mano brincando cercas y alambres de navaja, eludirá feroces mandíbulas caninas, todo para cumplir con su sólida tarea de llegar hasta la puerta de nuestra casa. Eso sí, el objetivo de su visita es desconocido, pues podría venir por cualquier cosa. El tercer supuesto es que, en efecto, esto puede ocurrir en cualquier momento, llueve, truene, haga un espléndido sol o así por el estilo.

Pero el tiempo pasa. Y las ideas absurdas se ven con más claridad. En mi generación tenemos peores posibilidades de qué ocuparnos. Ahora que te pueden matar por un teléfono móvil marca patito, que podés quedar en fuego cruzado, que te pueden atropellar en cualquier esquina (aún sobre la acera), que te violan, que te roban dentro del bus, que el taxista te roba el diario del mes, etcétera...

El imaginario de la inseguridad de mi tiempo es otro, es diferente. De alguna manera, hasta romántica puede resultar la idea del ladrón que ingresa por atrás... Y quién sabe de dónde viene, quién sabe como esta noción de robo se instaló en el imaginario de estos lugares. ¿Habrá sido otra importación con sello de ese país del norte que no quiero mencionar acá?.

Y al final cómo saberlo. Tal vez dentro de unos cuantos años alguien comience a escribir en su blog algo como "es curioso cómo funciona el imaginario de la inseguridad..."

Las cosas siempre pueden empeorar.

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