lunes, 2 de marzo de 2015

Fuerza G.

Como dos fuerzas opuestas que actúan sobre mí a velocidades diferentes. Y la duda de una aceleración que no sé si debo generar, dejar fluir o simplemente si existe.

Este patético intento de metáfora física sirve para dibujar la más básica de las condiciones humanas con la que lidio cada día: mantener la cabeza fría y la plena conciencia de que todo cuanto me rodea no es más que polvo de estrellas que estallaron hace tiempo incomprensible atrás, que esencialmente mi vida y la de cada uno de los seres que amo o aborrezco no significa absolutamente, ínfimamente, nada en la inmensidad de todo cuanto es; y al mismo tiempo buscar la trascendencia propia, vencer a la muerte a través de la realización, o en otras palabras ser y hacer algo significativo a pesar de (o quizás por) mi condición de mortal insignificante.

Así las cosas no es extraño que ésta situación de vida, o más bien la claridad sobre ella, me provoque unas muy concretas ganas de fumar cada noche.

De momento sólo me queda llamarme la atención una vez más. Pero en esta ocasión debo también abofetearme, parear la cachetada de lucidez de ayer. Aquí no hay futuro, y estoy a mucha distancia de él.

No hay tiempo (ni fuerza) que perder.

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