martes, 22 de septiembre de 2015

Mi amiga la desconocida.

Tengo una amiga. Su nombre es Silvia. Y de las cosas importantes de ella es todo lo que sé.

Nos conocimos una tarde en una plaza de comidas, cerca de la universidad. Yo hacía algo en la computadora, ella necesitaba una mesa para cenar. Yo estaba sólo en una de cuatro espacios y me preguntó si se podía sentar. Yo, en un arrebato de sociabilidad que facilitó la sucesión de los hechos que han definido nuestra relación, le dije que sí.

Al sentarse hubo un breve lapso de silencio. Pero pronto averigüé que ella no es un ejemplo de persona que pueda mantenerse callada. Me desconcertó que me hablara. El yo antipático que me domina en público se sentía indignado. Mi otro yo, cálido y confianzudo, se dio gusto dándome la oportunidad de hablar por hablar con una extraña.

Hablamos largamente, ya no recuerdo qué, pero compartimos muchas cosas. En algún momento nos mostramos las cédulas de identidad, qué se yo por qué. Yo la bromeé con que no me dejó trabajar, ella se disculpaba con sus ojos grandes que casi nunca cierra y con los que mira directamente. Fue un rato alegre, divertido.

Nos despedimos. Ella me dijo que no solía hacer lo que había hecho. Yo le dije que me ocurría lo mismo. Y optamos por dejarnos en aquella mesa en ese momento para siempre.

Pasó el tiempo y la casualidad nos cruzó de frente. Y entonces fue la misma historia con sabor a regreso a un lugar que te es familiar. Ya no éramos extraños, sólo desconocidos. Creo que fue en esa segunda ocasión en que hablamos de las relaciones de ahora, de los teléfonos, las redes sociales, los correos... De cómo estábamos a un botón de todos, de todas, pero también a un botón de la soledad. Y elegimos no conocernos, no saber cómo contactarnos, no tener manera de buscarnos.

Decidimos que nuestra amistad estaría mediada por el azar, que fueran sus fuerzas las que nos cruzaran y nos dijeran cuándo y dónde sería que nos veríamos cada ocasión.

Y hasta hoy así ha funcionado. Y nos hemos topado muchas ocasiones más. La última vez que la vi me hablaba de su trabajo, me contaba intimidades de su vida profesional. No es extraño que siendo filóloga le gustase hablar siempre. (¿O era lingüista?)

Tengo ahora tanto tiempo de no encontrarla. Espero que esté bien. La recuerdo como una particularidad en mi vida. Porque es especialmente particular ser desconocidos por elección. Hace poco pensaba que cada vez que nos vemos puede ser siempre la última vez.

Silvia es mi amiga y nuestro tipo de desconocimiento es un pequeño arrebato de sinceridad y simpleza en un mundo que te grita inmediatez a la cara todos los días.

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